Pocas veces pensamos en cómo impacta el alcohol en nuestro metabolismo. Sin embargo, la forma en que nuestro cuerpo procesa el alcohol puede tener efectos directos sobre la oxidación y el almacenamiento de grasa.
El alcohol es metabolizado como una prioridad en nuestro cuerpo. Una vez consumido, el organismo detiene temporalmente la quema de grasas y otros nutrientes para procesarlo, ya que el alcohol no puede almacenarse y es interpretado como una sustancia que debe eliminarse lo antes posible. Durante este proceso, las calorías provenientes del alcohol se convierten en energía inmediata, desplazando la oxidación de grasas y contribuyendo a la acumulación de grasa, especialmente en la zona abdominal (la conocida “guatita”).
Además, el alcohol aporta «calorías vacías», es decir, energía sin nutrientes esenciales, lo que puede favorecer el aumento de peso si no se consume con moderación. El consumo excesivo está relacionado con una mayor tendencia a acumular grasa visceral, aumentando el riesgo de enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2 y problemas cardiovasculares. Estudios también han demostrado que el alcohol puede estimular el apetito, llevándonos a consumir alimentos ricos en grasas, azúcares y calorías vacías, como snacks procesados (¿A quién no le ha pasado, que anhela una hamburguesa, papas fritas o chocolate post ingesta?).
Sin embargo, esto no significa que debas eliminar por completo el alcohol si lo disfrutas en momentos especiales. La clave está en el equilibrio y la moderación. Por ejemplo, elegir opciones bajas en calorías como el vino seco o alternar un vaso de alcohol con agua puede marcar una gran diferencia y también comer antes de comenzar a beber son algunas estrategias útiles para reducir el impacto.
Recuerda: Si quieres saber cuánta cantidad de alcohol y qué tipo es mejor para ti, no dudes en consultar a tu nutricionista. Una orientación personalizada puede ayudarte a disfrutar sin comprometer tu salud.